La puerta al cerrarse no siempre sonaba igual. Una vez pensé que cada crijir que emitía después del portazo, cuando aún temblaba, era la marca que dejaba cada persona; lo que había recibido en casa y lo que se llevaba para ofrecer afuera.
La última noche, cuando se fue a la calle no hubo rechinar. Nada. El golpe y silencio.
Volví a la cama y en esas horas sola, de almohadas con olor y gusto a lágrimas, decidí mostrarle la foto. Él, pecho descubierto. Ella arriba, su espalda sobre el pecho de él, con el brazo izquiedo se cubre las tetas y con el derecho estirado saca la autofoto.
La ví por última vez, se la mostré, me vestí sin hablar y me fui. La foto quedó entre las sábanas, ni siquiera cubierta. Hubo entonces un crujir.
Male.
martes, 17 de febrero de 2009
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